domingo, 25 de julio de 2010

SATANAS, SIERVO DE DIOS Por Max Lucado

SATANAS, SIERVO DE DIOS
Por Max Lucado


Max Lucado, el conocido autor y pastor de la Iglesia Oak Hills Church of Christ en San Antonio, Texas, predicó un sermón titulado: “Satanás, siervo de Dios”. Para nuestra ayuda y fortalecimiento, hacemos una condensación de su tema.






Imagínese pensar que uno es un jugador estrella en un equipo de fútbol. Corre con toda su fuerza con la bola y patea un fantástico gol, pero en lugar de oír aplausos y gritos de triunfo, oye silbidos y gritos de burla. La razón es que corrió hacia el gol equivocado y, en lugar de anotar para su equipo, anotó un gol para los contrarios.
Esto es lo que siente Satanás continuamente. Cada vez que cree que ha metido un gol para su equipo, en realidad ha anotado un gol para Dios. ¿Pueden imaginarse lo frustrado que se ha de sentir?
Pensemos de la esposa de Abraham, Sara. Dios le promete un hijo, pero pasan los años y no hay descendiente. Satanás apunta a esa cuna vacía para crear tensión y disensión y dudas. Sarah sirve de perfecto ejemplo de que no se puede confiar en las promesas de Dios. Pero, inesperadamente llega Isaac para llenar esa cuna, y Sarah a los 90 años de edad se convierte en el modelo perfecto de toda la historia para comprobar que Dios siempre cumple sus promesas.
¿Se acuerdan de Moisés? Satanás y todos sus demonios se mueren de risa el día en que el joven Moisés monta su caballo y sale huyendo de la presencia de Faraón. Ahora no hay manera en que él pueda librar a su pueblo de la esclavitud. Cuarenta años más tarde aparece un viejo de ochenta con su bastón a Egipto y hace increíbles milagros y libera poderosamente a todo el pueblo de Dios. Sobre cada labio en Egipto está el nombre del viejo: ¡Moisés! ¡Moisés! De nuevo, Satanás ha sido humillado.
¿Qué diremos de Daniel? La vista de toda esa juventud Israelita llevada en cautiverio alegra al corazón de las huestes satánicas. ¡Ahora verán lo que es ser esclavo! Pero en lugar de esclavitud, Dios los eleva y llegan a ser príncipes de Babilonia. El mismo joven que Satanás quiso callar llega a ser el hombre que sabe orar y recibir de Dios la interpretación de sueños, y es elevado por encima de los sabios del reino para servir de consejero a los reyes de Babilonia. ¿Qué risa, creen, queda en los labios de ese mundo demoníaco?
También podemos pensar de Pablo. Ponerle en la cárcel romana pareciera un triunfo para Satanás. Ahora de ninguna manera podrá seguir abriendo iglesias y predicandole a los gentiles. Pero la cárcel se convierte en un escritorio. De la pluma de Pablo salen las hermosas cartas para las iglesias de Galacia, Efeso, Filipo, y Colosa, cartas que hasta el día de hoy traen inspiración e instrucción para el pueblo de Dios. ¿Pueden ver a Satanás pateando la tierra y crujiendo sus dientes cada vez que un cristiano lee una de esas cartas, diciéndose, “¡Y pensar que fui yo el que hizo posible que se escribieran, poniéndole a Pablo en la cárcel!”
Y de Pedro también podemos hablar. Satanás procura desacreditar a Jesús provocando a Pedro a negarle. Pero, otra vez el plan se le invierte. En lugar de Pedro servir como ejemplo de desgracia y fracaso, se convierte en ejemplo de cuán profunda es la gracia de Dios para levantar a los caídos.
Cierto es que cada vez que Satanás cree haber hecho un gol, resulta que ha goleado para Dios. Como en la serie de TV, Satanás es el coronel Klink de la Biblia. ¿Se acuerdan de Klink? Siempre salía como el estúpido en la serie Los Héroes de Hogan. Klink se pensaba tan inteligente en su manejo de los prisioneros de guerra, pero en realidad eran los prisioneros los que le hacían las jugadas a él.
Vez tras vez la Biblia aclara quién es el que en verdad gobierna la tierra. Satanás hará sus maniobras y sus pretensiones, pero el que maneja todo es Dios.


Hemos oído del diablo, y lo que se ha dicho de él nos llena de miedo. En dos ocasiones la Biblia abre la cortina para dejarnos ver a ese ángel Lucifer, el que no se satisfacía con estar al lado de Dios. Quería ser más grande que El. No se satisfacía con adorar a Dios, el quería ocupar el mismo trono de la Santa Trinidad.
Nos cuenta Ezequiel tanto de la belleza como de la iniquidad de Lucifer: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad (Ez 28.12-15).
Los ángeles, al igual que los humanos, fueron hechos para servir y adorar a Dios. A ambos Dios les dio soberanía limitada. De no ser así, ¿Como hubieran podido adorarle? Tanto Ezequiel como Isaías describen a un ángel más poderoso que cualquier humano, más hermoso que toda otra criatura, a la vez más tonto que todo los seres a quienes Dios ha dado vida. Su orgullo fue lo que le destruyó:
La mayoría de los eruditos de la Biblia señalan a Isaías14.13-15 como la descripción de la caída de Lucifer: Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
En esas expresiones: “subiré al cielo” y “levantaré mi trono” se oye la increíble arrogancia de este pretencioso ángel. Por querer exaltarse hasta el trono divino cayó en las profundidades de la maldad. En lugar de llegar a ser como Dios, llegó a ser la misma antítesis de todo lo grandioso y bueno, lo opuesto a todo lo que es hermoso y sublime. El ha pasado su existencia tratando, generación tras generación, de tentar al hombre para que haga lo mismo que hizo él. En cada oído susurra: “Oye mi consejo” y “Seréis como Dios” (Ge 3.5).
Satanás no ha cambiado. Es el mismo ser egocéntrico. Es tan necio como lo fue al principio, y sigue siendo tan limitado como lo fue al principio. Aun cuando su corazón no había concebido esa rebeldía contra su creador, era limitado e inferior.
Todos los ángeles son inferiores a Dios. Dios todo lo conoce, los ángeles solo conocen lo que les es revelado. Dios esta en todas partes, ellos solo pueden estar en un lugar a la vez. Dios tiene todo poder, los ángeles solo tienen el poder que Dios les permite tener. Todos los ángeles , incluyendo a Satanás, son inferiores a Dios. Y una cosa más, algo que posiblemente les sorprenda: Satanás sigue siendo siervo de Dios.


El diablo es el diablo de Dios.
No es lo quiere ser, ni tiene la intención de serlo, pero no puede evitarlo. Cada vez que procura avanzar su causa, termina avanzando la causa de Dios.
En su libro, La serpiente del paraíso, el autor Erwin Lutzer dice:
“El diablo es tanto el siervo de Dios ahora en su rebelión como lo fue en el tiempo antes de su caída. ...No podemos olvidarnos del dicho de Lutero, ‘el diablo es el diablo de Dios’. Satanás tiene distintos roles, dependiendo en los propósitos y el consejo de Dios. Es obligado a servir la causa de Dios en este mundo y a seguir los mandatos del Todopoderoso. Hemos de recordarnos que tiene increíble poder, pero nos da satisfacción y esperanza saber que ese poder lo puede ejercer solo bajo las directrices divinas . Satanás no puede ejercer su voluntad sobre este mundo a su propia discreción y deseo.”


Es por esto que cuando comienza a tentar y a obrar y a atormentar los siervos de Jesucristo, todo le sale a la inversa. Le aflige a Pablo con una espina, pero en lugar de derrotar al apóstol, esa espina le sirve para que aprenda de gran manera lo que realmente es la gracia de Dios, y así es perfeccionado en sus debilidades (2 Co 12).
En 1 Corintios leemos del creyente que, seducido por Satanás, cayó en terrible inmoralidad. Pareciera que esto fue una victoria para el diablo. Pero sorpresivamente Pablo le dice a la iglesia: el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús (1 Co 5.5). Esa sacudida que le da Satanás no sirve para destruirlo sino resulta en su misma salvación. Algo parecido se nos cuenta de un tal Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás, dice el texto, para que aprendan a no blasfemar (1 Tim 1.20). En lugar de destruir a estos hombres, Satanás termina rescatándolos para Dios. En verdad que tiene que sentirse frustrado. Nunca sale ganando.
Recordamos la ocasión cuando Jesús le dice a Pedro: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos (Lu 22.31-32). De nuevo vemos la lección. Satanás puede venir para zarandearnos, pero uno mucho más fuerte que Satanás ha orado por nosotros, y esa oración de Jesucristo es tan poderosa que no solo nos rescata de la garras del diablo, pero nos saca de tal forma que resultamos fortalecidos para servir de ayuda y animo al pueblo de Dios. Satanás siempre sale perdiendo, no importa sus intentos.
No importa los limites a que llegue Satanás cuando llega para tentarnos y hacernos caer, la promesa de Dios es cierta: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Co 10.13).
Luego de nosotros pasar por las pruebas más difíciles y angustiosas, podemos mirar a tras y, con el gran vencedor José, decirle al diablo y a toda esa hueste de demonios: Vosotros pensasteis mal contra mí, más Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo (Ge 50.20).

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