martes, 20 de julio de 2010

Victoria final sobre la muerte

1 corintios , 15:51-58
En los vv. 51, 52, Pablo comienza a usar terminología y conceptos clásicamente apocalípticos. Esta terminología es la que los judíos empleaban para describir los eventos que tendrían lugar al final de la era presente. La expresión “He aquí” implica que el Apóstol tiene algo muy especial que contarles a los corintios. La palabra “misterio” connota una cosa incomprensible para la mente humana, pero a la vez una cosa revelada y hecha comprensible por Dios (ver 2:6, 7; 13:2; 14:2; Rom. 11:12). A los tesalonicenses (1 Tes. 4:13–17) Pablo los consuela al decir que los muertos en el Señor antes de la venida de Cristo no estarían con desventaja. Les asegura que los que “se dormían” antes de la parusia serían resucitados primero. No serían dejados como estaban. Al decir “no todos dormiremos”, el Apóstol expresa su convicción de que él, entre otros, estaría vivo todavía al regresar el Mesías. Esto implica, desde luego, que Pablo creía en el retorno inminente de Cristo. Ciertamente pensaba que volvería durante su propia existencia sobre la tierra (1 Tes. 4:17). Eso sí, insiste en que todos, fueran los ya difuntos o los vivos, tendrían que experimentar una transformación. A los dos grupos tendría que dárseles un nuevo cuerpo espiritual. Esta acción se realizaría “en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final”. El vocablo “instante” es traducción de atomon823, un espacio de tiempo tan breve que no se puede medir. No se encuentra este vocablo en ninguna otra parte del NT. Casi no hace falta comentar la expresión de Pablo “en un abrir y cerrar de ojos”, o sea, un guiño. Con esta expresión idiomática el Apóstol quiere expresar una acción instantánea. El hecho de la transformación no tan sólo se realiza de forma rápida, sino que también coincide con el sonido de “la trompeta final”. El tocar la trompeta era parte normal del culto en el templo judío (ver 1 Crón. 13:8; Esdras 3:10; Sal. 47:5). La trompeta final, sin embargo, juega el papel del heraldo que anuncia la llegada de la parusia. Es interesante notar que la trompeta forma parte importante en la literatura apocalíptica (ver Isa. 27:13; Joel 2:1). Se tocaría la trompeta en la ocasión del regreso de los judíos del exilio babilónico a la tierra prometida. También en 1 Tesalonicenses 4:16 ss. “la trompeta de Dios” suena en el momento de la llegada de Cristo, se levantan los muertos en Cristo, y los creyentes vivientes serán arrebatados con ellos en las nubes. Acá se nos dice que es la trompeta final, tal vez significando así que con el retorno de Cristo a la tierra se cierra el orden presente del mundo. Este texto se puede comparar con Apocalipsis 11:15 ss. en donde la última de las siete trompetas suena para anunciar la consumación del reino de Dios. Todo lo relacionado con la trompeta y su significado se toma de la apocalíptica judía, y Pablo lo adapta para sus propósitos en su mensaje a los corintios. Es muy importante para Pablo que los muertos sean “resucitados sin corrupción”. Esto es así no tan sólo por su insistencia en la necesidad de una transformación, sino que también en la muerte ya están en un estado de corrupción. Esto no puede seguir, porque su estado de corrupción no es apto para estar en la presencia de Dios. No únicamente los muertos necesitan la transformación para salir de su condición de corrupción, sino que también los vivos serán “transformados”. Nuevamente, Pablo emplea la primera persona plural en el verbo, y eso indica que considera que él estará entre los vivos que necesitarán la transformación
Pablo ve que con el inicio del éskaton (todos los eventos relacionados con el cierre del orden presente y el comienzo del orden eterno) es preciso que se dé esta transformación ya aludida (v. 53). El cambio requerido no es tanto por la condición lamentable de la corrupción (en el caso de los muertos) o la mortalidad (en el caso de los vivos en la venida de Cristo) sino que el nuevo orden escatológico así lo demanda. La nueva vida con Dios no conoce ni la corrupción ni la mortalidad. Ésta es la condición del hombre que vive, pero está sujeta a la muerte. Es la condición de los que estarán vivos cuando venga Cristo en la “segunda venida”. (Este es un término que no figura en ninguna parte del NT. La idea sí, pero la expresión no. La primera vez que aparece en la literatura cristiana es en los escritos de los llamados “padres apostólicos”.)
Conviene que se toque nuevamente el uso de la palabra “inmortalidad”. El uso que Pablo le da es radicalmente diferente al uso común entre los griegos. Éstos creían en la inmortalidad del alma, como si ésta fuera inmortal por naturaleza. Esta era una de las razones por las que los corintios resistían tanto la doctrina de la resurrección del cuerpo. Para Pablo, sí existe la inmortalidad, pero sólo Dios es inmortal por naturaleza. Si el hombre llega a ser inmortal es porque Dios mismo le ha conferido la inmortalidad. Ésta sólo puede proceder de Dios como un regalo de su gracia. Los judíos sabían esto bien, y por ello son los que insisten en la resurrección. Pablo, como buen judío, recalcaba esta doctrina como totalmente imprescindible. En la misma expresión de Pablo en este versículo es preciso ver su uso de la llamada voz pasiva, “sea vestido”. La voz pasiva en el español siempre combina el verbo ser con el participio pasado. Lo que esta construcción siempre indica es que la acción realizada sobre uno es ejecutada por otro. En este caso es Dios quien ha de vestir a los suyos de incorrupción (en el caso de los difuntos) e inmortalidad (en el caso de los vivos) en el retorno de Cristo.
Ya se ha visto el uso por el Apóstol de la metáfora “vestirse”. Se desarrolla aun más en 2 Corintios 5. La cita veterotestamentaria a la que alude Pablo en el v. 54 es Isaías 25:8. Normalmente, al citar un pasaje bíblico, el Apóstol toma las palabras de la LXX. Durante los días de Pablo, el hebreo ya era un idioma “muerto”; sólo solía usarse en el templo judío de Jerusalén. Casi toda la gente del imperio romano usaba el griego como el idioma franco de su día, especialmente en el comercio. Ciertamente el griego era el idioma del mundo conocido fuera de Palestina. Este sería el caso específico de los corintios. Como cosa inusual, sin embargo, en esta cita, parece que Pablo, como “fariseo de fariseos”, hace una paráfrasis del hebreo. El texto hebreo, según Barrett, dice así: “Él sorberá la muerte para siempre”. Se nota cómo el Apóstol hace su adaptación del hebreo. Lo que se indica por la frase es una nota muy alentadora: con la acción de Dios al resucitar a los muertos creyentes y al transformar a los vivos, la muerte será derrotada de forma final y triunfal.
Luego, se cita otro pasaje veterotestamentario (v. 55). Esta vez se toma de Oseas 13:14. Pablo ha reunido estos dos textos, porque ambos contienen vocablos comunes: muerte y victoria. En ninguna versión griega del pasaje figura la palabra victoria. Más bien, parece que Pablo la inserta para que el texto cuadre mejor con Isaías 25:8 que sí la tiene. El texto de Oseas dice así en hebreo: “Oh muerte, ¿dónde están tus plagas? Oh Seol, ¿dónde está tu destrucción?”. El mismo texto en la LXX dice así: “Oh muerte, ¿dónde está tu castigo? Oh Hades, ¿dónde está tu aguijón?”. En el contexto histórico de Oseas, la Muerte y el Seol son personificados. Se habla de ellos como si fueran personas. A éstas se les invita a que sean los verdugos del juicio divino contra los enemigos de Judá, los del reino del norte. Con todo, Pablo da a estas palabras su propio enfoque. Con ellas reta a la muerte para que haga todo cuanto pueda. Será inútil.
Para algunos, este texto (v. 56) viene siendo una interrupción en el hilo de pensamiento del Apóstol. Por lo tanto, lo tienen por algo agregado posteriormente. Varios autores discuten si las palabras fueron agregadas por Pablo o por otro. Uno de los autores del siglo XIX, Weiss, insiste en que no pudo haber sido otro que el Apóstol, ya que el texto refleja fielmente el pensamiento general de éste. Conzelmann piensa que el debate está fuera de lugar, ya que el texto puede entenderse como una explicación exegética del mismo Apóstol dentro del contexto. Ciertamente en este texto figuran dos palabras clave en el pensamiento del Apóstol: pecado (jamartia226) y ley (nomos3551). La conexión entre las dos palabras es muy característica del pensamiento genuino de Pablo. La relación entre el pecado y la ley la encontraría el Apóstol en Génesis 2:17. Es en su carta a los romanos que el Apóstol explica la relación con más lujo de detalles (ver Rom. 5:12 ss.; 6:23).
El sentido general del texto es que el reino de la muerte está construido sobre el poder del pecado. Bruce, citando a Scott, parafrasea a Pablo así: “La muerte ocupó el pecado para abrir una abertura en la naturaleza humana”. Es evidente que Pablo empiece con la realidad empírica del pecado y la muerte. El hombre conoce al dedillo la realidad de la muerte. El pecado no tan sólo agrava la pena de la muerte, sino que ofrece una razón de su existencia. La muerte no es únicamente algo que ocurre naturalmente, sino que viene siendo un castigo de Dios. Aunque el Apóstol no desarrolla el tema detalladamente aquí, sí menciona un tercer factor en el triángulo: la muerte, el pecado y “la ley”. Ésta se liga de igual forma con los otros dos factores. La explicación pormenorizada de la relación que los tres guardan se halla en Romanos 5:13; 7:7–25. En síntesis, es la ley la que hace que el pecado pueda percatarse por medio de la transgresión. La ley llega a ser la ocasión del pecado. Si no hubiera ley que infringir, supuestamente no habría pecado. Romanos 6:14 ss. parece enseñar que el pecado no puede evitarse al estar el hombre “bajo la ley”. No es que la ley de Dios en sí sea mala; al contrario, es buena y santa. El problema es que el hombre, esclavo del pecado, encuentra en la ley una oportunidad para expresar su rebelión. O la desobedece o la ocupa para sus propios fines egoístas. Aunque algunos consideran este texto como una interpolación, Barrett atinadamente lo coloca dentro de su contexto inmediato. Los versículos anteriores contemplan el futuro apocalíptico y expresan regocijo sobre la final derrota de la muerte. Este texto, en cambio, observa el poder y el daño actuales de la muerte.
El v. 57 no demuestra un optimismo ficticio, sino un espíritu optimista y realista en virtud de la victoria genuina ya realizada sobre el pecado. Esta victoria se logró en la cruz y en la resurrección de Jesús. Ahora, Pablo regresa a los dos textos veterotestamentarios aludidos en el v. 54. Los creyentes pueden apropiarse de la victoria lograda por el sacrificio de Cristo; la victoria es atestiguada en ellos por el Espíritu (ver Romanos 8:2). Aunque la consumación final de la victoria sobre la muerte queda aún en el futuro en la venida de Cristo, Pablo puede hablar tan confiadamente de su realización que lo expresa con verbos en el tiempo presente. Llama la atención que la palabra “victoria” se usa únicamente tres veces en todos los escritos de Pablo. Las tres veces figura en los vv. 54–57.
Algunas personas no encuentran ningún nexo entre la ética y la escatología. En este texto (v. 58) Pablo desmiente tal pensamiento. El Apóstol ha venido hablando de todos los eventos futuros que Dios llevará a cabo según su propio tiempo y sus propios designios. Los corintios no podían hacer nada para adelantar ni postergar esos eventos. Lo que sí podían hacer era vivir y enseñar tal y como Pablo les había instruido. Su tarea principal era mantenerse firmes en doctrina y activos en la obra del Señor. Los creyentes corintios no debían permitir que el ambiente en que vivían los persuadiera, por más argumentos filosóficos plausibles que presentara, a que no había esperanza de una resurrección corporal. Juntamente con su fidelidad doctrinal, debían seguir trabajando en la viña del Señor como si el tiempo nunca acabara. Estas palabras les van muy bien a los creyentes cristianos de cualquier época.

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